¿A qué llamamos éxito cuando salimos de excursión con niños? A que todos volvemos a casa contentos, tras disfrutar en la naturaleza y con ganas de repetir la experiencia, para descubrir nuevas sensaciones y explorar próximos destinos. Además, todos debemos regresar bien, sin haber pasado peligros o penalidades.
Este resultado no habrá dependido de la suerte sino de la planificación.
Dicho esto, queda claro que éxito no es lograr objetivos cada vez más ambiciosos, ni superar marcas, ni entrenar futuros máquinas de la montaña… Y desde nuestra modesta experiencia, creemos que hay algunos factores que ayudan a tener este éxito y así continuar con la maravillosa experiencia de acercar la naturaleza a los más pequeños.
Claves para el éxito de una excursión con niños
Esta es nuestra lista para lograr que cada salida sea satisfactoria, seguro que otros han escogido algunos criterios distintos y puede que falten otros…
1.Escoger bien la ruta
Una ruta por ser famosa o concurrida no la convierte en adecuada para los niños. Precisamente las aglomeraciones no son muy recomendables para los que pretendemos disfrutar de la naturaleza con nuestros pequeños.
Es un factor clave acertar con la elección, para ello, nos fijaremos en …
a. Longitud y desnivel adecuados
Según la edad, podrán recorrer más o menos distancia.
- Suponemos que los niños menores de dos años van en mochila porta-bebés. Y seguramente, en determinados terrenos empiecen a bajar algunas veces de la mochila, por tanto, se puede llegar a hacer con ellos 10 o 12 km a lo largo del día. Siempre teniendo en cuenta que se debe bajar cada poco rato al niño de la mochila para no tener problemas con la circulación.
- Entre los 2 y 3 años, los niños pueden caminar a ratitos y llegar a hacer un par de km a lo largo del día. Motivo por el cual, tendremos que ser menos ambiciosos con las distancias, ya que cuando el niño baja de la mochila ralentiza mucho la marcha, por tanto, rutas de 6 a 8 km puede ser lo adecuado.
- Entre los 3 y 4 años, los niños empiezan a caminar la mayor parte de la ruta y sólo se suben a la mochila en alguna ocasión. Por ello, las rutas deben ser más cortas para que puedan realizarlas íntegramente. Hay que tener en cuenta que les llevará mucho más tiempo que a un adulto recorrer cortas distancias. Comenzaremos por rutas de 3 o 4 km para luego poder ampliarlas hasta los 7 u 8 según veamos al niño.
- A partir de los 4 o 5 años si todo va bien, el niño puede caminar hasta 10 km a lo largo del día y podremos ir aumentando distancias según veamos su evolución.
En cuanto al desnivel, no debe superar los 200 m con niños que están empezando a caminar y siempre dependiendo del tipo de terreno por el que trascurran subidas y bajadas.
Un niño de 4 años, ya puede plantearse hacer 300m de desnivel en una ruta. Y, desde ahí, avanzar según el desarrollo de cada uno (la altura influye y mucho en esto).
b. Dificultad adecuada
Cuando un niño empieza a caminar, las raíces, rocas, escalones que encuentra, pueden dificultar mucho su avance y requiere aprender a moverse por este terreno para afianzar su seguridad.
Como todo aprendizaje conviene basarlo en el éxito. Por tanto, hay que brindar la ayuda necesaria para superar los tramos con obstáculos, aunque también dejando al menor ser autónomo para que pueda crecer.
Parece de sentido común el no exponer a peligros objetivos a los niños durante este proceso de adquisición de seguridad en el paso y mejora del equilibrio. Por este motivo, escogeremos rutas sin riesgo de caídas, desniveles fuertes, pasos expuestos o tramos comprometidos.
Si en alguna ruta nos encontramos con algún tramo de este tipo, conviene pecar de conservador y dar prioridad a la seguridad del niño (darle la mano, meterlo en la mochila, o incluso evitar el paso si llegara a ser necesario). También le estamos enseñando cosas importantes al hacerlo. (La prudencia en montaña es muy importante).
Dicho esto, también es bueno que al crecer el niño podamos ofrecerle la oportunidad de avanzar por distintos terrenos y de enseñarlo a hacerlo, siempre que no exista peligro si algo sale mal al experimentarlo.
Comenzaremos cuando el niño es muy pequeño por praderas, playas y senderos sin obstáculos, para luego introducirlo en bosques, terrenos con pequeños escalones, nieve a tramos, y dejaremos para más tarde las rocas, los terrenos de bloques, las pedreras, el avance fuera de sendero, entre vegetación cerrada…
Estos factores de longitud, desnivel y dificultad podemos preverlos con antelación y de forma clara obteniendo el perfil MIDE de la ruta seleccionada.
c. Variedad de estímulos y objetivo claro
Un niño disfruta si va entretenido, descubriendo nuevas cosas cada poco y además sabe a dónde va y qué va a encontrar.
Por ello, una ruta cuánto más variada sea (atraviesa bosques, ríos, praderas, se ve un valle y unas montañas…) más atractiva resultará y más entusiasmados estarán al recorrerla. Hay que tener en cuenta que un niño encuentra estímulos en cosas que un adulto ni siquiera ve (una telaraña, el hueco de un árbol…).
Por ello, debemos evitar las rutas con largos tramos monótonos (una larga subida por pista, por ejemplo), pero si no es posible, busquemos estímulos para esos tramos.
Un objetivo claro permite ir anticipando qué van a encontrar (hablaríamos de motivación ¿verdad?) y disfrutar más con el camino (que es el objetivo). Una cascada, un mirador, una playa son buenos objetivos… y si no está claro lo clarificaremos nosotros, así, iremos a ver al árbol más viejo del bosque, o al mejor sitio para tirar piedras al río.
2.Escoger bien el momento
Acertar con el momento en que realizamos una ruta es tan importante, que puede hacer que, el mismo recorrido parezca totalmente distinto, debemos tener especial cuidado con:
a. Meteorología adecuada
Las altas y bajas temperaturas afectan mucho a los niños, por lo que nuestra recomendación es no hacer rutas con más de 30º C o con menos de 10º C si el niño va en mochila o menos de 5º C si el niño va andando.
Las precipitaciones continuas deben hacernos cambiar el plan, una cosa es que en algún momento del día tengamos lluvia (no hablamos de nieve, pues como hemos dicho con bajas temperaturas, mejor otra actividad), y otra, es garantizar la mojadura de todos.
El viento es otro factor a tener en cuenta, por una parte, por su incidencia y dificultad en la marcha de los pequeños, pero sobre todo por otra, en cuanto a su modificación de la sensación térmica. En general con más de 30 km / h de viento, mejor no salir.
La insolación es también un factor a tener en cuenta, pues la regulación de la temperatura no es igual en niños que en adultos, evitando así rutas muy expuestas al sol en los meses más cálidos.
Hoy en día las previsiones meteorológicas son fiables y permiten planificar nuestra actividad con ciertas garantías. Aplicaciones como Meteoblue o AEMET nos pueden ayudar.
b. Horas de luz adecuadas
En el invierno las horas de luz son escasas y eso nos debe hacer escoger rutas que se puedan realizar en este horario, teniendo además en cuenta la bajada de temperatura a primera y última hora, aun habiendo suficiente claridad.
c. Época del año adecuada
Los paisajes cambian con las estaciones, y cada ruta tiene una época más adecuada (aunque algunas de ellas conservan su encanto todo el año). No es lo mismo el bosque en otoño que en invierno, ni la campiña en primavera o en verano… Pensar qué queremos ofrecer a nuestros pequeños aventureros y qué nos podemos encontrar. Actuar con sentido común es la clave. Primavera y otoño son las épocas más adecuadas para las rutas con niños, en invierno y verano debemos escoger con cuidado dónde nos metemos para no tener algún problema.
En invierno, las rutas no deben realizarse en zonas muy altas, ni expuestas al viento; es mejor elegir los valles, bosques de coníferas y dar preferencia a la orientación sur.
En verano, mejor las zonas con sombras, cerca de corrientes de agua y huyendo de las zonas sin vegetación.
Entradas:
10 Claves para el éxito en una excursión con niños (II)
10 Claves para el éxito en una excursión con niños (III)
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